miércoles, 19 de agosto de 2009

Cuento

Pequeño momento:

Estaba contemplando el patio solitario a través del ventanal del aula, ese ventanal que te obliga a mantener una conducta aceptable. De fondo el ruido indescifrable y monótono que emanaba de la boca de la profesora de matemática y luego un aburrido silencio. El aula estaba turbia, mi menta volaba junto con la basura del patio recorriendo los rincones del mismo y cada tanto se detenía en algún alma solitaria que lo atravesaba.
Deseaba con ansias que algo irracional pasara y despertara el dormitar del ambiente, un deseo que sentía personal. Me detuve con desilusión y cansancio en el ángulo que forma una columna con el piso. Todos atendiendo compenetrados sus cosas y yo asomando la cabeza hacia fuera, era el momento ideal para que aquello inexplicable pasara y luego de ocurrido generara dudas sobre mi cordura mas que asombro o espanto.
Y así fue. El patio quedo en penumbras por un instante, respaldado por la luz artificial que lo hizo imperceptible. Fue un insólito pestañeo del sol, ninguna nube ni ave de metal que atenuara mi asombro. Desperté, miré alrededor y todo seguía en el mismo estado, mi inquietud solo era un molesto zumbido en el desierto. Era obvio que semejante acontecimiento era un regalo para una sola persona y seria estupido y hasta peligroso compartirlo.
Solo esperaba una mirada que me dijera “yo también lo vi”, pero con una inevitable sonrisa volví al patio, buscando alguna señal.
En diagonal una chica percibió mi sutil exaltación y su mirada cómplice me atrajo. Desde su asiento junto al ventanal de otra aula me dijo “yo lo vi”. Y nuestro extraño deseo secreto nos unió, un finísimo hilo en cuyos dos extremos concluían ovillos, solo dos, del mismo material, similares en su forma, pero solo dos. Un frágil hilo que nos transformaba en una misma cosa.
Termino el día y el año, el lugar quedo vacío y un momento quedo inmortalizado en dos personas, cada una en su aula mirándose entre dos vidrios.

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